
Estados Unidos ha movilizado bombarderos estratégicos B‑2 hacia el Pacífico mientras escalaba el conflicto entre Irán e Israel. El presidente Trump regresó al fin de semana a la Casa Blanca para reunirse con su Consejo de Seguridad Nacional y decidir si se suman a los ataques israelíes contra instalaciones nucleares iraníes. Estos aviones, capaces de cargar bombas antibúnkeres de 13 toneladas, salieron de la Base Whiteman (Missouri) y están listos para intervenir si se ordena su despliegue.
El pasado sábado, Israel atacó objetivos nodales en Irán: silos de misiles y una instalación nuclear, alegando haber neutralizado a tres altos mandos de la Guardia Revolucionaria Iraní. Irán respondió lanzando misiles balísticos y drones hacia territorio israelí, prolongando ya nueve días de enfrentamientos aéreos.
A pesar de los llamados internacionales a la moderación, la ofensiva no cesa. El canciller iraní Abbas Aragchi calificó la posible intervención estadounidense como “extremadamente peligrosa para todos” y pidió frenar la agresión antes de dialogar. Desde Israel, los mandos militares advierten de una “campaña prolongada” y el ministro Gideon Saar asegura que los bombardeos han retrasado el programa nuclear iraní varios años, aunque reconocen que siguen fuera de alcance instalaciones muy profundas como Fordo.
La región vive en alerta máxima ante la posibilidad de que EE.UU. se sume al conflicto. Si Trump autoriza una acción contra Fordo, esto podría desencadenar represalias directas de Irán. Por ahora, la situación es incierta, pero el mundo sigue con atención la reunión de seguridad y observa si los B‑2 despegarán en una misión real.
Este despliegue marca un punto de inflexión: EE.UU. no es un mero espectador. Su presencia militar a un paso del conflicto podría intensificar la crisis, poniendo en riesgo no solo a Oriente Medio, sino también a sus propias fuerzas en la región.