
El papa Francisco, fallecido a los 88 años, será recordado por su sencillez y humildad. A diferencia de lo que muchos podrían imaginar, el Sumo Pontífice no tenía fortuna. No recibió sueldo por ser Papa, ni poseía bienes a su nombre.
El Vaticano cubría sus gastos: viajes, alojamiento, alimentación y seguridad. Esta práctica no solo refleja su rol espiritual, sino que también sigue los principios de su orden: la Compañía de Jesús, cuyos miembros hacen un juramento de pobreza.
Francisco fue coherente hasta el final. Nunca acumuló riqueza ni tuvo cuentas bancarias personales. Según el portal Celebrity Net Worth, su patrimonio se estimaba en apenas 100 dólares. Su estilo de vida, lejos del lujo, reforzó su mensaje de humildad y servicio a los más necesitados.
Tras su muerte, hay un ritual simbólico y solemne: la destrucción del anillo del pescador, que representa el poder espiritual del Papa como sucesor de San Pedro. Esta tarea le corresponde al camarlengo Kevin Farrell, quien custodiará el Vaticano hasta la elección del nuevo pontífice.
Este acto simboliza el cierre definitivo de su pontificado. No hay herencias, testamentos ni fortunas que repartir. Solo queda el legado de un hombre que predicó con el ejemplo.
La muerte del papa Francisco deja muchas lecciones. Su vida nos recuerda que el poder verdadero está en la sencillez, no en la acumulación. Que ser líder también significa renunciar.
Y que, incluso desde la cima de la Iglesia, es posible vivir con el corazón puesto en los pobres, y no en los lujos.